5/1/12

MI ABUELO

Arturo sintió una emoción inenarrable en el momento que divisó el minúsculo pueblo en el que pasó su niñez. Le causaba un fuerte nerviosismo verse de nuevo en su tierra de origen, después de tanto tiempo, de tantas privaciones, desventuras y miserias.
La sola visión de aquellos tejados le causaba una felicidad extrema. Contemplaba todo con avidez mientras el gélido viento de la montaña le azotaba en el rostro y contraía de frió su cuerpo.
Caminaba trabajosamente por el camino de la dehesa rumbo al pueblo, reconocía cada uno de los recodos de aquella vereda, intuía cada uno de los refugios utilizados durante su infancia. Las lágrimas se helaban en sus ojos.
Atravesó el largo puente de piedra, viéndose reflejado en las cristalinas aguas del río. Se encamino a la casona familiar de rustica construcción en piedra que tantos recuerdos le proporcionaba.
¡ Manuel ¡ , grito al ver a un anciano, al cual reconoció de inmediato. Agito sus brazos haciéndole señas.
El anciano se giro y se quedo mirando a Arturo con un aire mezcla de extrañeza y curiosidad. Poco a poco, a medida que se acercaba, acabó de reconocer al forastero : Arturo ¿eres tú?
Si abuelo, soy yo. He vuelto.
Ambos se fundieron en un abrazo.
Arturo, hijo mio ¿ de donde vienes?. Estas lamentablemente delgado. Pero... pasa y sientate mientras preparo algo de comer.
La estancia amplia y limpia estaba iluminada por el sol, que le confería una calidez especial. La chimenea contribuía a hacer la estancia allí muy agradable.
Manuel fue llenando la mesa de viandas, chorizo y queso con unas grandes rebanadas de pan y un porrón de cristal que dejaba traslucir el color diamante de aquel vino que el abuelo siempre había elaborado con sus manos.
Arturo devoraba la comida como si hiciese mucho tiempo que no hubiera ingerido alimento alguno desde hacia mucho tiempo. Esta voracidad hacia sonreír a Manuel.
No tengo donde ir, abuelo. Si tu no me ayudas, acabaré en cualquier rincón tirado como un perro. He pensado que tal vez tu...
Pues claro, no lo dudes ni un solo momento, puedes disponer de esta casa y de todo lo que necesites de ella.
Los ojos de Arturo se llenaron de lágrimas de agradecimiento.
La vida sana del campo, el trabajo diario y la alimentación sana y regular, transformaron a Arturo dándole un aspecto mucho mas saludable que el que traía. El sol había dado a su piel pálida, un tono magnifico.
A pesar de todo aquel intenso dolor no le dejaba vivir.
Agradecía a Manuel su cariño y generosidad y sobre todo el hecho de que nunca le hubiera preguntado por su pasado.
Un día, Arturo le dijo : Manuel, creo que tienes derecho a saber a quien has acogido en tu casa.
Nada tienes que contarme, tu cara al llegar, era un libro abierto, conozco de sobra el rostro de la frustración. Nada tienes que contarme, eres mi nieto y eso basta.
Pero yo quiero, necesito que lo sepas.
Allá tú, dijo Manuel
He recorrido toda Europa, Berlin, París, Londres, Grecia. Toda mi vida ha sido un constante ir y venir. He participado en todos los movimientos reivindicativos, grupos antisistema y movimientos okupas, me he labrado un expediente de revolucionario, persona peligrosa y non grata para los cuerpos de seguridad de media Europa. Me persiguen policías de seis países a través de Interpol.
He estado en celdas de varias cárceles, me han vejado, apaleado y no queda un solo hueso de mi cuerpo que no este golpeado.
Lo pero de todo, lo que mas me hace sufrir, es pensar que a lo mejor, toda mi lucha no ha servido para nada. Desilusionado y roto, pensé que este lugar alejado del mundo podía ser el mejor sitio para desaparecer y no interesar a nadie.
Aquí nadie te va a molestar, dijo Manuel, puedes quedarte todo el tiempo que desees.
Cada día que pasaba, la intimidad entre nieto y abuelo se fue haciendo mas estrecha. Sus confidencias se prolongaban hasta avanzada la noche.
Poco a poco, surgió entre ellos una confianza poco común entre gente con esa diferencia de años.
Un día Arturo le soltó a bocajarro . abuelo, me muero.
Manuel se le quedo mirando y comprendió en su mirada que esto era cierto, no obstante le dijo: toma y yo y todos y todo moriremos para dar paso a nuevas vidas.
Nada me has reprochado, aun sabiendo la vida nefasta que he llevado, sabiendo que te podías meter en líos muy gordos por ayudarme. Eso te lo agradeceré eternamente, pero tienes que saber que mis días están contados, desde hace dos años vengo sufriendo unos intensos dolores, que según los médicos son definitivos.
Arturo, hijo mio, dijo Manuel, cuando te vi aparecer por esa puerta, leí en tu cara todo lo que me estas contando. Esa cara la había visto reflejada en mi espejo hace muchos años. A tus años, yo estaba cansado de correr y esconderme incluso debajo de tierra, acosado y perseguido por los militares y la guardia civil.
Cuando Franco ganó la guerra, miles de republicanos fuimos malditos y enemigos para nuestros propios vecinos y amigos. Tuvimos que marcharnos al monte a vivir como animales. Hambrientos y perseguidos hasta la extenuación.
Fuimos delatados incluso por nuestros familiares, que presionados y amenzados decidieron entregarnos y vivir sin ser vigilados. Los perros tenian una vida mas digna que nosotros.
Yo no sabia nada de esto, abuelo, dijo Arturo anonadado.
En casa jamas se hablaron estas cosas, a tu padre le ocasionaban desazón y le incomodaba que se supieran por si le afectaban en su ascenso en la politica franquista. Es verdad que gracias a sus influencias, pude llevar una vida tranquila en el pueblo.
Por eso Arturo, no tines necesidad de contarme nada, yo tambien sufrí las iras de los poderosos por defender mi querida republica.
Arturo miraba a su abuelo como si fuese una aparición, como si su imagen se hubiera agigantado y no le conociese. Era su alma gemela. Aquel hombre de piel morena y surcos profundos en su rostro, de mirada serena y voz cantarina, era su abuelo, era el portador de la genetica que habia configurado al Arturo rebelde e inconformista.
Manuel, dijo Aeturo ¿otro trago?, mientras le alargaba el porron de cristal.
Venga. Dijo Manuel mirandole a los ojos. Otro trago no va a adelantar tu muerte.
En aquel instante, Arturo supo que mientras su abuelo viviese, no estaria nunca solo y que nadie, absolutamente nadie podria venir a perturbar su paz. Comprendió que podia disfrutar los dias que le quedaban, hasta que la muerte que llevaba dos años rondandole, decidiese que era la hora.


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