19/1/13

V .- LA MUERTE



Aquella mañana radiante de verano, apenas me había costado levantarme. Los sucesivos días de vacaciones, y por tanto de horas de cama, habían conseguido que me levantara sin que mi madre tuviera que zarandearme.


 -         Anda Nacho, desayuna que te voy a bañar.

Que yo supiera, no era sábado, no había que ir al medico y estaba de vacaciones. Algo especial tenia que ocurrir aquella mañana, para tener que bañarme.

Opte por callarme, con la esperanza de que todo fuera una equivocación de mi madre, cosa poco probable, ya que para esas cosas tenia una excelente memoria.

Mis sospechas se confirmaron , cuando mi madre, tras recoger la taza y el cubierto del desayuno, me agarró de la muñeca y me arrastró hasta el cuarto de baño, donde la bañera a medio llenar, emanaba un vaho tibio que empañaba los cristales de la ventana y del espejo.

No pude librarme de aquella tortura extra y tras una prolongada protesta, que sabia que no serviría para nada , mi madre, me frotó el cuerpo , me secó y me peinó amorosamente.

-         Ahora, tienes que ponerte la ropa de los domingos.

-         ¿ Por qué ?, hoy no es domingo.

La cara de mi madre, en ese momento, me pareció, muy triste.

-         Hoy vamos de entierro.

Yo sabia lo que era un entierro. No hace mucho se murió el señor Julián, el ovejero. Lo llevaron en una caja de madera muy brillante, mi madre dice que estaba barnizada, la caja la cargaron a hombros su hijos y le llevaron así hasta la iglesia. Luego, tras la misa lo llevaron hasta el cementerio , donde después de varios rezos lo metieron en un profundo hoyo y lo taparon con tierra.

Aun recuerdo que el camino era malo y la diferencia de altura de los que portaban la caja, hacia que esta se moviera como si de un momento a otro, se fuese a caer.

Me llamó mucho la atención el hecho de que le bajaran con cuerdas a hondo pozo , al que nunca conseguí ver el fondo por mas que me acercaba. Mientras las campanas de la iglesia  tocaban a muerto.

-         Madre, ¿ de quien es el entierro ?

-         De Josito, el de la Benita.

-         ¿ Del  “Moñigo “?, anda ya ...


Que cosas tenia mi madre, como podía haberse muerto “ el Moñigo “, en tan poco tiempo,  ayer mismo estuvimos en el río antes de comer y no estaba malo, ni nada. Además “el Moñigo” no es viejo, es un niño como yo.

-         Se murió de repente, mientras comía

-         Os está tomando el pelo. Ese jeta hace igual que en el cole, cuando no se sabe la lección. Se hace el muerto hasta que la “seño” se asusta, luego revive y ya está.

Que le digan que hoy no le preguntan la lección, ya veras como se levanta.

-         No Nacho, esta vez, Josito se ha muerto de verdad.

No, no podía ser verdad, vale que enterraran al señor Julián, era viejo y se emborrachaba, además nadie parecía tenerle mucho cariño. Pero Moñigo, no, eso no podía ser. ¿Con quien iba  yo a ir al rió a coger cangrejos?. El sabe cogerlos como nadie. ¿Con quien iría a espiar a las chicas cuando van a bañarse a la presa del molino ?.


Aquella corbata de goma  que me habían puesto, no me gustaba, me apretaba excesivamente y me daba la impresión de que mi cara se inflaba y se ponía roja como un tomate. Siempre me la ponían los domingos, me mojaban el pelo y me daban no se que, para que el remolino de mi pelo se quedase fijado. Las pelusas de los chopos de la vega se pegaban en mi cabeza y parecía un viejo con el pelo canoso. Además aquellos zapatos  me apretaban, también me apretaba la goma de los calcetines.



Mientras me peinaba, mi madre suspiraba y se la escapaban unas lágrimas. Me besó en la frente:

-         Que guapo estas



Ella sabia decirlo como nadie, pero eso ahora no importaba, lo importante era ir a casa del Moñigo y que se dejara de cuentos. Unos azotes de su madre y en paz, como otras veces.

Las campanas de la iglesia sonaban como el día que murió el señor Julián, yo sabia que aquel toque era de muerto, porque Juanjo, el hijo del campanero nos lo había enseñado. También sonaban así el día que encontraron al resinero, sangrando de la cabeza.


El Moñigo y yo, le vimos antes de que llegara la guardia civil. Tenia los ojos vueltos y un agujero en la frente, rojo y muy redondo. Los mozos decían que era de una bala, pero no podía ser, ya que por aquel agujero no sangraba. Mas tarde los guardias le taparon con una manta de cuadros.


La mañana avanzaba y el calor se iba haciendo sofocante, la chaqueta me molestaba y la camisa parecía que quería estrangularme, pegándose a mi cuerpo por el sudor , definitivamente , no había sido buena idea la de mi madre al ponerme la camisa y la chaqueta.


Mientras nos encaminábamos a la casa de la señora Benita,  me daba cuenta de que todos los vecinos se habían mudado y se dirigían, como nosotros, a la casa del Moñigo. Parecía que las pelusas de los chopos me odiasen y todas querían posarse en mi cabeza, me sentía como un pollo mudando el plumón..


Al llegar a la casa, mi madre me mandó quedarme fuera. En el interior se escuchaba a la gente hablando en susurros y rezos de avemarías, mezclados con llantos desesperados del que quiere llorar y no puede.


Buena la estaba preparando el Moñigo, la que le iban a dar cuando reviviese y con cara de tonto pregunte ¿ donde estoy ?.

Madre decía que desde que nació, sufría desmayos, pero para mi que era un jeta, siempre le ocurría cuando las cosas se ponían chungas. Ahora no estoy muy seguro, pero creo que se reía de todos.

Me encaramé a la verja de la ventana y pude ver el interior de la habitación de donde salían los rezos. Allí estaba, metido en una caja blanca pequeña. Le habían vestido con el traje de la primera comunión, era el de su hermano, que ya la había hecho, nosotros nos estábamos preparando. Moñigo tenia mucha ilusión en hacerla con ese traje que el decía que era de almirante.

-         “Vestido de almirante, como Dios manda.”

Cuantas veces habíamos ido a su casa, aprovechando que la señora Benita  había salido a la huerta y nos habíamos puesto el traje de almirante.

-         Una cosa es ir de marinero y otra de almirante. Los almirantes mandan mucho.

Era bonito de verdad, con un crucifijo de plata y un misalito de tapas de nácar duras, zapatos blancos de charol y unos guantes de algodón blancos. Unos cordones dorados se descolgaban desde la hombrera hasta el bolsillo de adelante.

Luego, con mucho cuidado, le doblábamos y le tapábamos con un paño blanco que la señora Benita le ponía para que no le “cagaran” las moscas, a las que se las atrapaba en una espiral grasienta que se colgaba del techo y las atraía, quedándose pegadas.


Mientras le veía, a través de la ventana, tan quieto, con el misalito entre las manos, muy repeinado y con una sonrisa en los labios , yo pensaba:

-         Moñigo, te van a doblar a palos.

Su sonrisa parecía mas una mueca de burla..

Al poco rato , llegó el cura con una casulla negra bordada en oro, con un recipiente de agua que repartía por todos los sitios, salpicando al personal. Hacia cruces en la frente y los labios de Moñigo, sin que este se despertase. Luego cerraron la caja y ya no le vi mas.

-         Coño, no cerréis, que se va a ahogar.

       

El grito me salió de lo mas profundo de mi ser, mientras me lanzaba corriendo al interior de la casa. Mi madre se apresuro a cogerme y me retiró del ataúd.

-         Si le cerráis, se morirá de verdad, no les deje señora Benita, que ya verá como se     levanta, como otras veces.

Nadie me hacia caso, como podían ser tan cabrones, le iban a matar.

Le sacaron a hombros entre Porreto, Agustín y dos hijos del panadero, que aunque algunas veces nos habían dado buenos pescozones, le querían mucho.


Todos caminábamos, detrás de la caja y del señor cura, que cantaba cosas extrañas que no se entendían, a pesar de que los mayores cantaban con el.


Como al señor Julián , le bajaron con cuerdas al agujero sin fondo que ya estaba preparado, siempre me dio miedo arrimarme demasiado para ver hasta donde llegaba, por miedo a caerme y no poder salir. Una vez retiradas las cuerdas, comenzaron a tapar con la tierra que se amontonaba alrededor del agujero, mientras el cura comenzaba sus rezos y la señora Benita se desmayaba.


Luego silencio total, hasta que llenaron el agujero y pusieron encima un montón de flores.

-         Ahora si que la has jodido Moñigo, como vas a poder salir cuando revivas, con toda esa tierra encima.

   

Tarde unas horas  en darme cuenta que esta vez iba en serio, aquello era la muerte, sin aviso, sin distinguir entre los niños y los mayores. Ahora tenia ganas de llorar, me dolía algo muy adentro del pecho, no era la corbata, ni la chaqueta, ni la camisa de los domingos. Ahora lo que me fastidiaba no era la mierda esa del pelo que atraía las pelusas de los chopos. Era mas adentro, como si el corazón quisiera salirse del cuerpo, para irse con mi amigo.

Ahora sabia lo que era la muerte:
 una putada.


























12/1/13

III.- DON MARCELINO




Mi primer maestro fue Don Marcelino, con todo lo que encierra la palabra maestro, maestro en la vida y en la educación, maestro, no profesor. Maestro con letras mayúsculas, en negrita y subrayado.

Le recuerdo enorme, alto y fuerte como un roble, con su andar lento y seguro, con aplomo y como si fuera asegurando el paso antes de dar el siguiente. Su cartera negra bajo el brazo y su abrigo gris de espiguilla, que le confería un aire solemne y majestuoso. Marcelino Era grande, pero se agigantaba cuando subía al estrado desde donde impartía la clase.

 En aquel colegio solo existían dos clases, separadas, una para chicos y otra para chicas. Todos los alumnos convivíamos en ese aula, no importaba la edad, juntos pero no revueltos, los mas pequeños aprendían las mañas de los mas mayores. El aula era muy grande, sembrado de pupitres de dos plazas con asientos abatibles. La mesa también se abría dejando a la vista un inmenso cajón donde se dejaban los útiles de estudio, que no eran muchos. Unos tinteros, siempre vacíos, de porcelana le daban un aspecto de escritorio. 

 Al ser de madera, los pupitres se ensuciaban, rayones, pintadas, todo esto se reparaba periódicamente, raspando cuidadosamente hasta borrar todos los indicios del vandalismo juvenil, al fondo del aula la mesa de don Marcelino, ligeramente elevada por el estrado, detrás un enorme ventanal que daba al patio de un chatarrero. Flanqueaban esta imagen dos vitrinas, una a cada lado, donde se conservaban en formol, estrellas de mar y otros animales, así como unas magnificas cajas de sólidos que escondían conos, cubos , prismas, cilindros, todos ellos de magnifica madera. Un crucifijo, junto a los retratos de Franco y de José Antonio Primo de Rivera, presidían la pared

 El material escolar que utilizábamos era mas bien escaso, mejor, muy escaso. Llevábamos diariamente un vaso de aluminio, para beber la leche en polvo que cada mañana y tras su elaboración por los alumnos, nos repartían por gentileza del gobierno de las Estados Unidos. Completaban el ajuar escolar, una bolsita con canicas para jugar en el recreo , un pizarrin de manteca y un trapito para borrar la pizarra que aportaba el colegio.



La pizarra, era un cuadrado de  unos veinticinco por quince centímetros , mas o menos, negra y enmarcada de madera, que servía para escribir con un pizarrin , una vez lleno se borraba y se escribía de nuevo.



La rutina, era la misma cada día, tras rezar unas oraciones y tras los gritos de rigor ¡ Viva Franco, Arriba España !, se repartían las pizarras, se encendía la estufa de serrín que presidía el aula y el maestro procedía a impartir la lección correspondiente.


Don Marcelino, nos hacia varias preguntas referentes a la lección que había impartido y nos reunía de pie alrededor de la estufa , nos iba leyendo las pizarras y nos corregía los errores , que eran muchos.



A media mañana, se colocaba en la estufa un gran perol de aluminio, se echaba agua y tras calentarla, se vertía la leche en polvo, que se iba removiendo, poco a poco, con una gran cuchara de madera, para evitar que se hicieran grumos. Una vez disuelto se repartía con un cazo, llenando los tanque que llevaban los alumnos que bebían en el recreo, por entonces la calle del Molinillo.


Aquella calle, cerrada al escaso trafico de entonces, era sin duda, el mejor recreo. La calle entera se llenaba de pequeñas parcelitas, marcadas en la tierra con un palo, donde los grupos de alumnos jugaban a canicas . Estas pequeñas bolitas de barro, decoradas con pintura de colores, era el único patrimonio, que generalmente tenia la chiquillería. Tener muchas canicas era importante, o bien se disponía de buena propina, cosa difícil entonces, o bien se tenia buen tino y se ganaba al contrario, el cual si perdía, entregaba su canica.


 Siempre me pareció, que el compromiso personal de Don Marcelino, iba mucho mas allá de desasnar a aquella cuadrilla variopinta de chiquillos de barrio. Su compromiso con nuestra formación, le hacia ejercer de padre, muchas veces nos fue a buscar al campo de fútbol de Zatorre, donde por entonces entrenaba y jugaba el Burgos C.F. . Allí nos recogía y nos llevaba, a regañadientes, como si se tratase de un rebaño de ovejas descarriadas, hasta la clase para seguir con nuestra lenta  pero constante educación.


Pasaron los años, fui a otros centros mejores, pero nunca olvidaré aquel colegio, pobre y de precarias instalaciones, donde el retrete era una pared, con un canalillo de chapa que recogía los orines y los canalizaba al agujero de la letrina. 
Ese colegio donde por las tardes se nos repartía un trozo de queso incomestible, proveniente también del plan Marshall.


Aun recuerdo la paciencia de Don Marcelino, con un alumno que siempre llevaba a su perro a clase y le dejaba que se quedase en el pasillo tumbado junto al pupitre, llegó a considerarlo como un alumno mas. “Siento decirle , señor Alfredo, que ha aprendido mas su perro que usted durante este curso”.


Nunca olvidaré a ese hombre enamorado de su profesión  y que nos tenía verdadero cariño, luchaba a brazo partido para meter en nuestras duras cabezas de chicos de barrio, un poco de bondad y sabiduría.


Nunca viviré lo suficiente para agradecer a ese santo varón, lo mucho que hizo por nosotros, gracias por todo y sobre todo por no matarnos, que motivos para ello dimos.