26/10/11

EL RIO DE LA VIDA.


La vida de las personas se asemeja mucho a los ríos, mas que asemejarse me atrevería a decir que es idéntica al transcurso de un rió. Desde que nace hasta que se entrega en los brazos del mar, es un transcurrir totalmente paralelo a la vida de las personas.
En su nacimiento, sus escasas aguas, quedan compensadas con su fogosidad, su pureza, su claridad. La cristalina trasparencia, le hace apetecible y poco apto para esconder engaños y subterfugios.
Su discurrir cantarín y juguetón, de peña en peña, le hace ruidoso, algunas veces estridente y su encanto y belleza es tal, que sus márgenes se ven frecuentemente salpicados por una tupida alfombre de musgo, prueba evidente de la pureza de sus aguas.
 
Sus primeros tránsitos, se convierten en bulliciosos y despreocupados, mientras otros arroyos, jóvenes como el, se le van sumando, aportando agua, pero amansándolo en cauces menos agrestes, haciéndole vulnerable a los ojos de los hombres, que osan tender puentes para atravesarle de orilla a orilla, para domarle con presas y pozas que provocan la mansedumbre de sus aguas.
Inevitablemente, se va haciendo manso pero profundo, sus riberas se van poblando de chopos, de pescadores y de áreas de recreo, sus aguas ya no asustan, son mansas y muy profundas.

Ahora el rió, en su transcurso hacia el mar, se ha vuelto reposado, meditabundo. Sus aguas mansas en apariencia, esconden corrientes ocultas, pozos desconocido y Dios sabe cuantos misterios en su inmersa vegetación.
Al final de la vida, mirando hacia atrás, nos vamos dando cuenta que para llegar al mar hemos tenido que dejar por el camino risas, alborotos, valor y coraje, valores que hemos ido cambiando por bisutería que nos sirve para justificar toda una vida, o no.

 

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