6/12/11

BUSCABA LA SOLEDAD


Es el día de la Constitución y me encuentro un poco abatido, la noche agitada y el sueño ligero. Decido salir  a dar un paseo hasta  La Cartuja de Miraflores, salir a caminar, a pensar, a permanecer con, mis pensamientos en soledad.
Ayer decía una persona a la que aprecio singular mente, que los recuerdos, algunos raspan.
Camino hacia el Crucero, laderas de mi niñez y juventud. Lugar donde descubrí la vida, donde la bebí a tragos, con avidez, con impaciencia.
Decidido a estar solo y me encuentro con mis recuerdos, recuerdos que me raspan el alma y me dan tristeza, pero a la vez endulzan mi corazón con recuerdos hermosos y entrañables.
Decido enfilar  camino al Campo Lilaila, campo de aventuras y batallas de mi niñez, el invierno se agarra en la tierra arañándola y envuelve el paisaje en una neblina de chirimiri, tierras roturadas por los arados y álamos desnudos.

Llegando al pinar, recorro su espacio solitario, perdido entre los pinos, observando la multitud de setas que manifiestan su presencia con llamativos colores.
Manantial de la “casa blanca”, donde tantas veces sacie mi sed en sus prístinas y frías aguas, amorrándome en el manantial que de allí surgía .Ahora sus aguas domadas por un caño que proyecta el chorro al exterior.
Camino de Cortes y una parada en el viejo lavadero, ahora oculto entre los matorrales y las hierbas.
Lavadero donde tantas veces refresque los sofocos de mi juventud, entre chapuzones y baños. Donde las mujeres lavaban la ropa en compañía, entre chascarrillos de comadre y risas escandalosas. Todo tiene su final y mis recuerdos se resienten.

Cruzado Cortes a Fuentes Blancas. Después del recodo del camino, se vislumbra en la lejanía con sus crestas emergiendo al cielo la Cartuja de Miraflores, dejo a un lado su graciosa silueta, prometiendo una visita más tarde.
Por entre los pinares de Fuentes Blancas descubro el viejo tobogán de cemento, flanqueado por dos más modernos de acero inoxidable. Viejo tobogán culpable de muchos zapatillazos en mi culo infantil, por culpa de los rotos que ocasionaba en los pantalones. La ermita de la Virgen de los Olmos, la fuente de la Salud con su fresca e interminable agua.

Ahora enfilo entre los pinos hacia la Cartuja, en el camino las ardillas juguetonas parecen reírse de mí, con sus saltos y sus trepadas, escondiéndose y apareciendo entre los troncos. Los pica pinos, en su constante labor de golpear ruidosamente con su pico en los árboles, los carboneros juguetones que incesantemente cruzan mi camino, como recriminándome alterar la paz de su espacio.
Bordeo la tapia de la Cartuja, cuando el tañido de las campanas me sumerge en un absoluto recogimiento de paz y soledad, de nostalgia y recuerdos. Siento en el fondo de mi corazón un bálsamo vivificante que a la vez me raspa en lo más profundo de mí.

Como siempre que llego a la Cartuja no puedo menos que entrar a admirar el impresionante retablo gótico, obra de Gil de Siloe, que tantos y tantos recuerdos me trae, visitas con mis padres, paseos con mi primer amor, aromas de primavera mojada, de otoños e inviernos interminables.
Me arrincono entre  la sillería del coro, admirando tanta belleza.
Me sorprende una pequeña pero elegante y valiosa exposición sobre el esplendor de la Cartuja, me fascina y reconforta.
Había salido de mi casa con la ilusión de estar solo  y me he encontrado con mi infancia de moco y barro, de huertas asaltadas y rodillas llenas de heridas.
He recorrido un maravilloso espacio entre mi hoy y mi ayer, entre mis miedos y mis ilusiones.

1 comentario:

  1. No te olvides que los recuerdos no sólo rascan, algunos acarician @deberiana

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