Mariano Rodríguez, se levantaba ese
día de Diciembre , con un animo especial, estaba invitado por el director
gerente de la empresa donde trabajaba, a un acto de homenaje a la fidelidad en
la empresa.
Esta celebración se hacia año tras
año, para agradecer a los trabajadores que cumplían los veinticinco años de
servicio en la empresa, su fidelidad a la misma y su espíritu de colaboración
en el futuro de la misma.
Mientras se afeitaba, Mariano pensaba
como había llegado a este punto de su vida. Recordaba como algo reciente, el
primer día que comenzó sus servicios en la empresa, absorto en la magnitud de
sus naves y secciones. Recordaba como realizó la visita de la misma,
acobardado, casi con miedo, con una sensación extraña de que aquel día iba a
marcar el devenir de sus días.
Era verano, Agosto para ser mas
preciso. El día caluroso no parecía ser el mas propicio para comenzar a
trabajar en una empresa donde se veían, desde la lejanía, ascender grandes
columnas de vapor hacia el cielo azul inmaculado. Aquel espectáculo hacia sudar
a Mariano, el cual no cesaba de pasarse el pañuelo por la frente.
Nunca había planeado trabajar en ese
tipo de empresas, que te engullen entre su personal y nadie te conoce. Pero
había decidido que unos años, ahora que era joven, trabajando a tope, le
permitiría ahorrar dinero suficiente para pagar la entrada de un piso . Mas
adelante buscaría otro trabajo mas interesante y descansada, aunque estuviera
peor pagada.
Mirando su cara enjabonada en el
espejo, le parecía imposible que hubieran pasado veinticinco años, y aún seguía
trabajando en aquella empresa, ironías de la vida .
Trabajando a turnos de mañana, tarde y
noche. Domingos y festivos. Día a día del año, sin tener en cuenta fiestas
familiares ni cualquier otra circunstancia. No se acordaba del ultimo día de
Navidad que celebró en su casa cenando con los suyos. No tenia noción del
ultimo día de Reyes que gozó de la alegría al despertar de sus hijos.
Verdaderamente aquellos veinticinco años habían sido una mierda de vida, pero
había conseguido una buena posición
económica.
Pero...., fuera penas , hoy era un día
importante, debía de sentirse feliz y disfrutar del momento que se le
presentaba, a pesar de la incomoda corbata que intentaba anudarse y parecía
querer estrangularle . Mientas terminaba de vestirse miraba de reojo la
invitación:
“
Tiene la satisfacción de invitarle
a
la fiesta homenaje......... “
“Caray”, se sentía realmente alguien
importante en la empresa y esto, a el que siempre se había sentido un don
nadie, le llenaba de orgullo y satisfacción.
El acto fue intimo y brillante. El
señor director, en persona , recibió a los homenajeados y a sus esposas,
personalmente, con una sonrisa maravillosa de hombre acostumbrado a ese tipo de
eventos.
La sala, perfectamente engalanada,
parecía un salón de alto copete. Los invitados se sentaron, impresionados por
la gran mesa que tenían delante de ellos, donde se acomodaron todos los jefes
de la empresa.
Tras las presentaciones protocolarias
y los agradecimientos, procediose a llamar uno por uno a los homenajeados ese
año, a los cuales se len entregaba un cheque nominal y un reloj, precioso, por
cierto, con una inscripción conmemorativa del acto.
Mariano, no se enteró de que le
llamaban , no estaba acostumbrado a ser llamado por su nombre completo. El
desde hace veinticinco años era “el hierros”, nadie ni nunca , en la fabrica ,
le había llamado Mariano y menos aun “señor Mariano Rodríguez”
Un codazo de su mujer, le hizo
reaccionar y solo entonces se puso su cerebro en marcha y comprendió que era el
quien debía comparecer en el estrado para recoger su regalo de veinticinco
años.
Aunque nunca pensaba en estar tanto
tiempo en la empresa, cada vez mas frecuentemente soñaba con ese momento, que
según otros compañeros que habían pasado por esa experiencia , era
extraordinariamente feliz.
Pero..., que coño, el no se sentía
feliz. El sentía algo amargo en su interior que le impedía
disfrutar de este momento que siempre había pensado que sería muy feliz. Algo
en su cabeza le machacaba el cerebro y le repetía interiormente, aquella voces
que no cesaban de gritar:
“Veinticinco años de
sacrificios para recibir , como si fuera un premio, una paga extraordinaria ,
que ya me la han sacado de las costillas y una mierda de reloj, que se ceñía en
su muñeca como si fuese una cadena de presidiario, condenado a trabajos
forzados”.
Trataba de tranquilizarse, pensando
que aquello era un detalle muy bonito de la empresa, que recompensaba su
fidelidad. No conseguía espantar las
voces interiores y empezó a sentirse asustado.
Veinticinco años penando, madrugando,
durmiendo de día y trabajando de noche. Cenando u un bocadillo en solitario en
Navidad, año nuevo y Reyes. Que coño de fidelidad, era pura necesidad, solo por
necesidad se puede vivir veinticinco años tan cabronamente, ¿ que había que
celebrar ?, reducciones de salario y de plantillas, cierre de secciones,
supuestamente poco rentables. Amenazas veladas cuando por cualquier
circunstancia bajaba tu rendimiento . Continuos rumores de cierre que generaban
en el personal inseguridad y frustración. Cuantos años había suspendido las
vacaciones ante los rumores de cierre.
¿ Que demonios había que celebrar ?
.
Vivir cada día en la monotonía y el tedio, constantemente sumido en el miedo
y la zozobra, con la única ilusión de ese 00300 que jugaba todas las semanas a
la lotería. Había sido un pringado hasta para elegir el número de sus
ilusiones. Era tan feo que no pudo dejarlo colgado y decidió adoptarlo como
número fijo.
Era su único vicio , nunca había
tomado un vino, nunca había ido al cine ni al fútbol , jamás gasto un duro en
un periódico.
Su vida siempre fue de una gran
austeridad, mas aún vivió siempre rozando la tacañería . Jamás puso pegas a su
mujer y a sus hijos, para ellos lo mejor, pero el no se gastaba un duro ni en
cigarrillos.
Solo ese décimo semanal, esa ilusión
que le ayudaba a mantener cada día la esperanza de que el bombo de la suerte,
escupiera de su grueso vientre el número que cambiaria para siempre su
miserable vida.” No caerá esa breva “.
Aquellos pensamientos le
abstraían y vagaba lejos de aquel acto
hortera e hipócrita.
“.... los tiempos son difíciles y la
crisis profunda se ceba en las empresas que, como la nuestra, tienen por
bandera, el bienestar social de sus hombres.”, las palabras del director
retumbaban en su cerebro como un rumor lejano.
“....... para mantener nuestro estatus
es necesaria un radical readaptación del personal y su reorientación hacia las
modernas técnicas”
Mariano, no podía dejar de mirar el
reloj de los veinticinco años. La resaca de la fiesta no podía durar mucho, la
empresa había tenido el detalle ese día, pero mañana había que entrar en el
turno de mañana.
A la salida, los compañeros
felicitaban a Mariano de todo corazón : “ tu te lo mereces “hierros”, , le
decían efusivos sin sospechar que esas sinceras felicitaciones, en vez de
animar a Mariano, producían en el un punto mas de frustración. Se sentía vació,
timado, engañado. Un puto reloj por veinticinco años de su vida.
En la fabrica todo continuaba patas
arriba , presiones, amenaza, despidos disfrazados de jubilaciones anticipadas,
incertidumbre y miedo por el cierre.
Como una peste contagiosa, la amenaza,
no podía pasar de largo sin dejar un rastro de dolor. A los pocos días ,
Marino; encontró en su ficha de salida una carta de personal, en la cual se le
comunicaba que era necesaria su presencia en una reunión en la cual se le informaría de la nueva
política de la dirección de la empresa
había diseñado para la gestión de los talleres de mantenimiento.
Unos a otros se enseñaban las cartas
con incredulidad, nada bueno podía esperarse de estos, cada vez que ocurría
algo así había nuevos despidos en la
empresa.
El día de la reunión,
sorprendentemente triste, el cielo parecía llorar, sobre la ciudad gris. Los
ánimos de los que habían recibido la famosa citación, no eran los mas
adecuados, el que mas y el que menos, se esperaba alguna encerrona de la
dirección, que campaba a sus anchas ante la pasividad del comité de empresa.
En el salón de actos se les comunicó a
los trabajadores que causas de fuerza mayor hacían imprescindible reconvertir
al personal, impartiendo cursillos de formación y reciclaje. Por supuesto,
fuera de las horas de trabajo.
Mariano siempre había sido un buen
tornero, sus manos y el viejo torno, eran capaces de hacer maravillas y de
producir con un rendimiento superior a los mas modernos. Todo lo que según los
ingenieros, no se podía hacer, Mariano lo hacia con su viejo torno. Incluso , a
petición de la empresa , había realizado trabajos especiales para otras empresas.
Ahora le comunicaban que iban a traer
una estación de mecanizado, algo fuera de serie, una maravilla de la técnica
capaz de realizar cualquier cosa que se le mandase a través de un ordenador.
Serán cabrones, para esto si había
dinero, pero no para pagar la horas que se debían y los salarios de los
compañeros despedidos. Las costillas de lo obreros pagaban aquella máquina que
le iba a joder la vida, “ sino .. al tiempo”.
El pobre “hierros”, asistió a los
cursos con toda su ilusión y con la ilusión de dominar aquel monstruo de la
mecánica, pero, nunca pudo aprender nada de aquella infernal jerga que le abrumaba : software, sistema
CAD, ficheros de datos. Aquello no podía ser para manejar un torno, era un
juguete caro para señoriítos que nada saben hacer.
A pesar de que nadie pudo desarrollar
las piezas con la calidad y la velocidad a las que el “hierros” las realizaba,
los datos decían que la productividad
había crecido un setenta por ciento. Las normas de seguridad y calidad, que
hasta ahora habían sido norma de la empresa, se las pasaban ahora por el forro,
en pro de la productividad salvaje.
Poco tardaron en comunicarle,
oficialmente, por escrito , como lo
estipulaba el convenio colectivo y apelando al articulo cien del mismo, que se
le daba de baja en la empresa por “incapacidad sobrevenida...”, que coño era
eso.
Estaba en la puta calle
Los primeros días de su nueva
situación, no le preocuparon en exceso, era trabajador y un buen profesional,
cualquier empresa o taller deseaba tener un trabajador como el , honrado,
integro, disciplinado y que nunca en veinticinco años había cogido una baja
laboral. Sin duda encontraría un trabajo mejor o igual al que ahora perdía.
Transcurrían los días y Mariano
empezaba a cansarse de no hacer nada y la prestación de desempleo se le iba
terminando. Cuando esto ocurriese tendría que ir tirando de sus escasos
ahorros. Su mente se iba nublando, el era un buen trabajador y estaba en el
paro. Las ofertas que recibió durante este periodo, unas, eran de vergüenza,
desalmados que aprovechando su situación, le ofician un salario ridículo por un
trabajo de primera categoría. Otros le rechazaban directamente por la edad que
tenia. ¿ Como podía ser mayor un hombre de cincuenta años ?.
Todo su razonamiento se centraba en la idea del despido, cada día su cabeza se
iba envenenando por la idea que no podía asimilar ¿ por qué después de
veinticinco años de dejarse la piel en la fábrica, de sentirse explotado, minguneado
e incluso vejado, le dejaban en la calle.
Siempre había pensado que el tiempo
cicatrizaría la herida de su alma y se conformaría con la nueva situación que
presidía su vida. Nada de eso.
Se pasaba los días melancólico,
cabizbajo y sin alegría, rumiando sus desgracias y amarguras.
Nadie le escucho desde ese momento,
una sola palabra. Ni su mujer ni sus hijas volvieron a escuchar una sola
palabra pronunciada por Mariano. Se encerró en su cárcel interior y se volvió
taciturno y huidizo y su cuerpo se fue consumiendo lentamente, de tal forma que
sus noventa kilos de peso se fueron consumiendo, quedándose prácticamente en
los huesos.
Las ayudas de profesionales de la
sicología, no hacían otra cosa que ahondar mas la situación en la que Mariano
vivía.
Era un día veinte de marzo, Mariano
cogió un cuchillo jamonero, lo envolvió lentamente en un trapo de cocina , se
lo metió entre la chaqueta y la gabardina y salió de paseo como cada mañana, la
única diferencia con otros días , es que Mariano se dirigía hacia la fabrica en
la que había estado trabajando.
Tranquilo, con la mirada clara y
alegre, como hacia tiempo no se le había visto, se acercó hasta la
portería y solicitó ver al director social. Su mirada alegre no causó
ningún recelo en el vigilante , ahora de empresa de seguridad, ya que habían
despedido también a los vigilantes de plantilla. Al instante comunico por el
interfono, que el señor Mariano Rodríguez deseaba entrevistarse con el Director
social.
Después de mas de una hora de espera y
en vista de que no se marchaba, le mandaron pasar al despacho donde, como era
habitual, el director social recibió a Mariano con una sonrisa que enseñaba
excesivo diente y un gesto de querer abrazarle.
Apenas pudo ver el cuchillo
acercándose a su pecho cuando sintió su cuerpo desgarrarse, y volviendo a
asomarse nuevamente, manchado de sangre y rebanarle el pescuezo. Mariano se
reía de la cara de asombro del director, la cual recordaría durante toda su
vida.
El borbotón de sangre que salía del
cuello del director, no consiguió ahogar el grito desgarrador que puso en
alerta al personal de todas las
secciones de la administración, los cuales acudían en masa para auxiliar a su
superior.
“El Hierros”, ciego de ira y con una
sonrisa de oreja a oreja, siguió con su tarea asesina degollando también al jefe de ventas , al encargado de la
tesorería , y al director técnico, por ese mismo orden. Todos los demás
retrocedieron asustados, abalanzándose sobre el teléfono para llamar a la
policía.
“Por fin , ya no pondrán a nadie en la
calle”.
Cuando decidió que su misión estaba
concluida, y mientras limpiaba escrupulosamente es cuchillo, lo llevó
lentamente hacia su corazón y de un golpe seco lo clavó hasta que la hoja
desapareció totalmente, mientras decía : “todos jodidos, todos contentos”.
Al día siguiente , el despliegue
periodístico, daba rienda a la imaginación del reportero de turno, el cual se
montó una película fantástica, presentando a Mariano como un vengador local, en
vez de cómo un obrero frustrado y engañado.
Su cuerpo frió , acicalado y aseado,
presidía la pequeña capilla funeraria donde sus amigos, mayormente parados y
despedidos, arropaban a la familia de Mariano.
Sus hijas al ordenar sus cosas,
encontraron un décimo de lotería con el número 00300 y que como una burla del
destino, figuraba en el mismo periódico local como agraciado con el gordo de la
lotería nacional esa semana.
Estabas soñando siempre
En dejar de trabajar.
Cuando pudiste hacerlo,
No lo pudiste gozar.
Mariano Rodríguez Ruiz, alias “el
hierro”, falleció el mismo día que a un numero imposible le correspondió el
gordo de la lotería. Descanse en paz.