27/1/14

XI.-EL HIERROS



Mariano Rodríguez, se levantaba ese día de Diciembre , con un animo especial, estaba invitado por el director gerente de la empresa donde trabajaba, a un acto de homenaje a la fidelidad en la empresa.

Esta celebración se hacia año tras año, para agradecer a los trabajadores que cumplían los veinticinco años de servicio en la empresa, su fidelidad a la misma y su espíritu de colaboración en el futuro de la misma.

Mientras se afeitaba, Mariano pensaba como había llegado a este punto de su vida. Recordaba como algo reciente, el primer día que comenzó sus servicios en la empresa, absorto en la magnitud de sus naves y secciones. Recordaba como realizó la visita de la misma, acobardado, casi con miedo, con una sensación extraña de que aquel día iba a marcar el devenir de sus días.

Era verano, Agosto para ser mas preciso. El día caluroso no parecía ser el mas propicio para comenzar a trabajar en una empresa donde se veían, desde la lejanía, ascender grandes columnas de vapor hacia el cielo azul inmaculado. Aquel espectáculo hacia sudar a Mariano, el cual no cesaba de pasarse el pañuelo por la frente.

Nunca había planeado trabajar en ese tipo de empresas, que te engullen entre su personal y nadie te conoce. Pero había decidido que unos años, ahora que era joven, trabajando a tope, le permitiría ahorrar dinero suficiente para pagar la entrada de un piso . Mas adelante buscaría otro trabajo mas interesante y descansada, aunque estuviera peor pagada.
Mirando su cara enjabonada en el espejo, le parecía imposible que hubieran pasado veinticinco años, y aún seguía trabajando en aquella empresa, ironías de la vida .

Trabajando a turnos de mañana, tarde y noche. Domingos y festivos. Día a día del año, sin tener en cuenta fiestas familiares ni cualquier otra circunstancia. No se acordaba del ultimo día de Navidad que celebró en su casa cenando con los suyos. No tenia noción del ultimo día de Reyes que gozó de la alegría al despertar de sus hijos. Verdaderamente aquellos veinticinco años habían sido una mierda de vida, pero había conseguido una buena posición  económica.

Pero...., fuera penas , hoy era un día importante, debía de sentirse feliz y disfrutar del momento que se le presentaba, a pesar de la incomoda corbata que intentaba anudarse y parecía querer estrangularle . Mientas terminaba de vestirse miraba de reojo la invitación:
“ Tiene la satisfacción de invitarle
a la fiesta homenaje.........     

“Caray”, se sentía realmente alguien importante en la empresa y esto, a el que siempre se había sentido un don nadie, le llenaba de orgullo y satisfacción.

El acto fue intimo y brillante. El señor director, en persona , recibió a los homenajeados y a sus esposas, personalmente, con una sonrisa maravillosa de hombre acostumbrado a ese tipo de eventos.

La sala, perfectamente engalanada, parecía un salón de alto copete. Los invitados se sentaron, impresionados por la gran mesa que tenían delante de ellos, donde se acomodaron todos los jefes de la empresa.

Tras las presentaciones protocolarias y los agradecimientos, procediose a llamar uno por uno a los homenajeados ese año, a los cuales se len entregaba un cheque nominal y un reloj, precioso, por cierto, con una inscripción conmemorativa del acto.

Mariano, no se enteró de que le llamaban , no estaba acostumbrado a ser llamado por su nombre completo. El desde hace veinticinco años era “el hierros”, nadie ni nunca , en la fabrica , le había llamado Mariano y menos aun “señor Mariano Rodríguez”

Un codazo de su mujer, le hizo reaccionar y solo entonces se puso su cerebro en marcha y comprendió que era el quien debía comparecer en el estrado para recoger su regalo de veinticinco años.

Aunque nunca pensaba en estar tanto tiempo en la empresa, cada vez mas frecuentemente soñaba con ese momento, que según otros compañeros que habían pasado por esa experiencia , era extraordinariamente feliz.

Pero..., que coño, el no se sentía feliz. El  sentía  algo amargo en su interior que le impedía disfrutar de este momento que siempre había pensado que sería muy feliz. Algo en su cabeza le machacaba el cerebro y le repetía interiormente, aquella voces que no cesaban de gritar:

“Veinticinco años de sacrificios para recibir , como si fuera un premio, una paga extraordinaria , que ya me la han sacado de las costillas y una mierda de reloj, que se ceñía en su muñeca como si fuese una cadena de presidiario, condenado a trabajos forzados”.

Trataba de tranquilizarse, pensando que aquello era un detalle muy bonito de la empresa, que recompensaba su fidelidad.  No conseguía espantar las voces interiores y empezó a sentirse asustado.

Veinticinco años penando, madrugando, durmiendo de día y trabajando de noche. Cenando u un bocadillo en solitario en Navidad, año nuevo y Reyes. Que coño de fidelidad, era pura necesidad, solo por necesidad se puede vivir veinticinco años tan cabronamente, ¿ que había que celebrar ?, reducciones de salario y de plantillas, cierre de secciones, supuestamente poco rentables. Amenazas veladas cuando por cualquier circunstancia bajaba tu rendimiento . Continuos rumores de cierre que generaban en el personal inseguridad y frustración. Cuantos años había suspendido las vacaciones ante los rumores de cierre.

¿ Que demonios había que celebrar ?
.
Vivir cada día en la monotonía  y el tedio, constantemente sumido en el miedo y la zozobra, con la única ilusión de ese 00300 que jugaba todas las semanas a la lotería. Había sido un pringado hasta para elegir el número de sus ilusiones. Era tan feo que no pudo dejarlo colgado y decidió adoptarlo como número fijo.

Era su único vicio , nunca había tomado un vino, nunca había ido al cine ni al fútbol , jamás gasto un duro en un periódico.

Su vida siempre fue de una gran austeridad, mas aún vivió siempre rozando la tacañería . Jamás puso pegas a su mujer y a sus hijos, para ellos lo mejor, pero el no se gastaba un duro ni en cigarrillos.

Solo ese décimo semanal, esa ilusión que le ayudaba a mantener cada día la esperanza de que el bombo de la suerte, escupiera de su grueso vientre el número que cambiaria para siempre su miserable vida.” No caerá esa breva “.

Aquellos pensamientos le abstraían  y vagaba lejos de aquel acto hortera e hipócrita.
“.... los tiempos son difíciles y la crisis profunda se ceba en las empresas que, como la nuestra, tienen por bandera, el bienestar social de sus hombres.”, las palabras del director retumbaban en su cerebro como un rumor lejano.
“....... para mantener nuestro estatus es necesaria un radical readaptación del personal y su reorientación hacia las modernas técnicas”
Mariano, no podía dejar de mirar el reloj de los veinticinco años. La resaca de la fiesta no podía durar mucho, la empresa había tenido el detalle ese día, pero mañana había que entrar en el turno de mañana.

A la salida, los compañeros felicitaban a Mariano de todo corazón : “ tu te lo mereces “hierros”, , le decían efusivos sin sospechar que esas sinceras felicitaciones, en vez de animar a Mariano, producían en el un punto mas de frustración. Se sentía vació, timado, engañado. Un puto reloj por veinticinco años de su vida.
En la fabrica todo continuaba patas arriba , presiones, amenaza, despidos disfrazados de jubilaciones anticipadas, incertidumbre y miedo por el cierre.
Como una peste contagiosa, la amenaza, no podía pasar de largo sin dejar un rastro de dolor. A los pocos días , Marino; encontró en su ficha de salida una carta de personal, en la cual se le comunicaba que era necesaria su presencia en una reunión  en la cual se le informaría de la nueva política de la dirección de la empresa  había diseñado para la gestión de los talleres de mantenimiento.

Unos a otros se enseñaban las cartas con incredulidad, nada bueno podía esperarse de estos, cada vez que ocurría algo así  había nuevos despidos en la empresa.

El día de la reunión, sorprendentemente triste, el cielo parecía llorar, sobre la ciudad gris. Los ánimos de los que habían recibido la famosa citación, no eran los mas adecuados, el que mas y el que menos, se esperaba alguna encerrona de la dirección, que campaba a sus anchas ante la pasividad del comité de empresa.

En el salón de actos se les comunicó a los trabajadores que causas de fuerza mayor hacían imprescindible reconvertir al personal, impartiendo cursillos de formación y reciclaje. Por supuesto, fuera de las horas de trabajo.
Mariano siempre había sido un buen tornero, sus manos y el viejo torno, eran capaces de hacer maravillas y de producir con un rendimiento superior a los mas modernos. Todo lo que según los ingenieros, no se podía hacer, Mariano lo hacia con su viejo torno. Incluso , a petición de la empresa , había realizado trabajos especiales para  otras empresas.

Ahora le comunicaban que iban a traer una estación de mecanizado, algo fuera de serie, una maravilla de la técnica capaz de realizar cualquier cosa que se le mandase a través de un ordenador.

Serán cabrones, para esto si había dinero, pero no para pagar la horas que se debían y los salarios de los compañeros despedidos. Las costillas de lo obreros pagaban aquella máquina que le iba a joder la vida, “ sino .. al tiempo”.

El pobre “hierros”, asistió a los cursos con toda su ilusión y con la ilusión de dominar aquel monstruo de la mecánica, pero, nunca pudo aprender nada de aquella infernal  jerga que le abrumaba : software, sistema CAD, ficheros de datos. Aquello no podía ser para manejar un torno, era un juguete caro para señoriítos que nada saben hacer.

A pesar de que nadie pudo desarrollar las piezas con la calidad y la velocidad a las que el “hierros” las realizaba, los datos decían  que la productividad había crecido un setenta por ciento. Las normas de seguridad y calidad, que hasta ahora habían sido norma de la empresa, se las pasaban ahora por el forro, en pro de la productividad salvaje.

Poco tardaron en comunicarle, oficialmente,  por escrito , como lo estipulaba el convenio colectivo y apelando al articulo cien del mismo, que se le daba de baja en la empresa por “incapacidad sobrevenida...”, que coño era eso.
Estaba en la puta calle
Los primeros días de su nueva situación, no le preocuparon en exceso, era trabajador y un buen profesional, cualquier empresa o taller deseaba tener un trabajador como el , honrado, integro, disciplinado y que nunca en veinticinco años había cogido una baja laboral. Sin duda encontraría un trabajo mejor o igual al que ahora perdía.
Transcurrían los días y Mariano empezaba a cansarse de no hacer nada y la prestación de desempleo se le iba terminando. Cuando esto ocurriese tendría que ir tirando de sus escasos ahorros. Su mente se iba nublando, el era un buen trabajador y estaba en el paro. Las ofertas que recibió durante este periodo, unas, eran de vergüenza, desalmados que aprovechando su situación, le ofician un salario ridículo por un trabajo de primera categoría. Otros le rechazaban directamente por la edad que tenia. ¿ Como podía ser mayor un hombre de cincuenta años ?.

Todo su razonamiento se centraba  en la idea del despido, cada día su cabeza se iba envenenando por la idea que no podía asimilar ¿ por qué después de veinticinco años de dejarse la piel en la fábrica, de sentirse explotado, minguneado e incluso vejado, le dejaban en la calle.
Siempre había pensado que el tiempo cicatrizaría la herida de su alma y se conformaría con la nueva situación que presidía su vida. Nada de eso.
Se pasaba los días melancólico, cabizbajo y sin alegría, rumiando sus desgracias y amarguras.
Nadie le escucho desde ese momento, una sola palabra. Ni su mujer ni sus hijas volvieron a escuchar una sola palabra pronunciada por Mariano. Se encerró en su cárcel interior y se volvió taciturno y huidizo y su cuerpo se fue consumiendo lentamente, de tal forma que sus noventa kilos de peso se fueron consumiendo, quedándose prácticamente en los huesos.

Las ayudas de profesionales de la sicología, no hacían otra cosa que ahondar mas la situación en la que Mariano vivía.

Era un día veinte de marzo, Mariano cogió un cuchillo jamonero, lo envolvió lentamente en un trapo de cocina , se lo metió entre la chaqueta y la gabardina y salió de paseo como cada mañana, la única diferencia con otros días , es que Mariano se dirigía hacia la fabrica en la que había estado trabajando.

Tranquilo, con la mirada clara y alegre, como hacia tiempo no se le había visto, se acercó hasta la portería  y solicitó ver al  director social. Su mirada alegre no causó ningún recelo en el vigilante , ahora de empresa de seguridad, ya que habían despedido también a los vigilantes de plantilla. Al instante comunico por el interfono, que el señor Mariano Rodríguez deseaba entrevistarse con el Director social.

Después de mas de una hora de espera y en vista de que no se marchaba, le mandaron pasar al despacho donde, como era habitual, el director social recibió a Mariano con una sonrisa que enseñaba excesivo diente y un gesto de querer abrazarle.

Apenas pudo ver el cuchillo acercándose a su pecho cuando sintió su cuerpo desgarrarse, y volviendo a asomarse nuevamente, manchado de sangre y rebanarle el pescuezo. Mariano se reía de la cara de asombro del director, la cual recordaría durante toda su vida.

El borbotón de sangre que salía del cuello del director, no consiguió ahogar el grito desgarrador que puso en alerta  al personal de todas las secciones de la administración, los cuales acudían en masa para auxiliar a su superior.

“El Hierros”, ciego de ira y con una sonrisa de oreja a oreja, siguió con su tarea asesina degollando también  al jefe de ventas , al encargado de la tesorería , y al director técnico, por ese mismo orden. Todos los demás retrocedieron asustados, abalanzándose sobre el teléfono para llamar a la policía.

“Por fin , ya no pondrán a nadie en la calle”.

Cuando decidió que su misión estaba concluida, y mientras limpiaba escrupulosamente es cuchillo, lo llevó lentamente hacia su corazón y de un golpe seco lo clavó hasta que la hoja desapareció totalmente, mientras decía : “todos jodidos, todos contentos”.

Al día siguiente , el despliegue periodístico, daba rienda a la imaginación del reportero de turno, el cual se montó una película fantástica, presentando a Mariano como un vengador local, en vez de cómo un obrero frustrado y engañado.
Su cuerpo frió , acicalado y aseado, presidía la pequeña capilla funeraria donde sus amigos, mayormente parados y despedidos, arropaban a la familia de Mariano.

Sus hijas al ordenar sus cosas, encontraron un décimo de lotería con el número 00300 y que como una burla del destino, figuraba en el mismo periódico local como agraciado con el gordo de la lotería nacional esa semana.

Estabas soñando siempre
En dejar de trabajar.
Cuando pudiste hacerlo,
No lo pudiste gozar.

Mariano Rodríguez Ruiz, alias “el hierro”, falleció el mismo día que a un numero imposible le correspondió el gordo de la lotería. Descanse en paz.

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