Los largos días del verano
de mi niñez, cuando tras las correrías del día caía rendido en la cama. Aquella
inmensa y alta cama de hierro fundido, con su maravilloso cabecero de hierro
artísticamente trabajado.
Aquella cama con un
somier de muelles de caracol que soportaba un colchón de lana que cuando me echaba en el parecía tragarme, arrebujándome hasta hacerme desaparecer.
Un dia cualquiera de aquel
verano, mas temprano que de costumbre, la casa se convertia en un torbellino de
actividad, y la madre, haciendo uso de su autoridad en lo referente a las
labores de casa, tocaba diana sin miramientos abriendo las ventanas de par en
par y nos levantaba a empujones, sin que sirvieran las protestas y las quejas
de niños somnoliento que quieren mas.
El sol inundaba las habitaciones y la madre se afanaba en deshacer las camas, mientras se llenaban de sabanas los cestos de mimbre.Colchones fuera y todos a la
era donde ya esperaban los hombres con las mantas extendidas y que acogerían la lana de los colchones para
ser vareada.
Varias familias se dedicaban a este menester el mismo fin de semana.
Mientras las mujeres descosían los colchones , los hombres les despojaba de la lana de su interior, apelmazada por el peso de los cuerpos. Desenredaba la lana y la esparcian encima de las mantas, donde procedian a varearla sin miramientos con unas varas de avellano que zuzcian en el aire como
trallas.
El vareado conseguia poner
la lana esponjosa y librarla de la suciedad acumulada.
La era se llenaba de
animación mientras los hombres zurraban la lana como si descargasen contra ella todas sus frustraciones, las mujeres lavaban las
telas de los colchones en el arroyo y las tendian al sol, llenando la era de un colorido maravilloso, ya que por un extraño motivo las telas de los colchoñes de rayas o flores, eran de llamativos y vistosos colores.
Los mas pudientes
contrataban colchoneros profesionales que realizaban esta operación, pero la
mayoria lo realizaban en familia.
Nunca me olvidaré de
aquellos dias de verano, donde los ruidos de las varas se mezclaba con el olor
a limpio de las coladas de las telas, mientras jugábamos en la era.
Una vez ahuecada la lana y
secas las duras telas de los colchones, se procedia a distribuir debidamente la lana y a coser delicadamente las telas para
cerrar el preciado contenido.
Intuiamos que aquella noche
iba a ser especial, que el amoroso colchon que nos abrazaba al acostarnos,
aquella noche lo haria con mas cariño, mientras aspirábamos el delicioso olor a
limpio y a rio, a amor de madre y al trabajo rudo del padre vareando.
Aquellos recuerdos de verano
que me estremecen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario