Menelio, "Mene" para todo el que le conocía, era un hombre alto y fuerte,
andaba tan derecho y estirado que parecía
que en cualquier momento podía desplomarse hacia atrás.
Nadie le había visto jamás sin su
trompeta , siempre la llevaba en la mano como si fuera una prolongación de sus
dedos.
No fueron muchas las ocasiones que
tuve de escucharle tocar este instrumento, pero, puedo asegurar que lo hacia
muy bien , poniendo en ello un entusiasmo que transformaba su personalidad,
convirtiéndose en un ser admirable, casi mítico.
Cuando no tocaba la trompeta se
dedicaba a sablear a los amiguetes y a todos los que pillaba en los bares,
tenia una especial intuición para este menester. Casi sin mirar, sabia si en el
interior del bar había alguien a quien sacarle un vino.
Era esclavo de todos los vicios del
mundo, de todos menos de uno : pagar. Pagar era el ultimo recurso, solamente
cuando no quedaban mas alternativas, cuando todo lo demás había dejado de
funcionar, jamás hombre alguno , pudo fumar y beber tanto de manera tan
económica. Mene, además de trompetista ocasional , era un gorrón de mucho
cuidado.
Era lo que el definía como trabajador
estacional. En verano se alquilaba para
tocar dianas y pasacalles en las fiestas de los pueblos, conocía todas y cada
una de las fiestas de la provincia y alrededores. Esta actividad le
permitía ir tirando económicamente el resto del año, eso si, con estrecheces
y echando mano de su pericia como gorrón profesional..
Su vida era una constante rutina, para
nada modificaba sus costumbre que se repetían, día a día, como si formasen
parte de un espectáculo donde improvisar estaba prohibido. A las diez de la
mañana, se levantaba de la cama y se dedicaba, escrupulosamente, a el aseo
personal, el cual remataba con su gabardina y su gorro , que le daban un
aspecto de gangster de película americana.
Cogía su trompeta y se lanzaba a la
aventura diaria de sablear a cristiano y pagano que se ponía delante. Era
cuestión de amor propio.
Se le reconocen una gran variedad de
trucos, los cuales había desarrollado pacientemente, para escaquearse justo a
tiempo, como si de un mago se tratase, Mene, desaparecía en el momento
critico, el exacto, el barí, el fetén, el único momento posible. Nadie jamás
había sido tan preciso como el .
Poco a poco, la lista de pardillos se
fue haciendo mas corta, las múltiples pilladas que habían tenido, les obligaba a despabilar. Esta eventualidad
fue la que acabó por hacer pensar a Menelio, en la necesidad de cambiar de
barrio, donde hubiera clientela nueva, que no conociera sus trucos, o ponerse a
trabajar de manera estable. Como el decía “ algo que de un duro y que no canse
el músculo “.
Estos deseos de regeneración laboral,
que el consideraba perniciosos, por atentar contra el descanso y el buen vivir,
eran desechados una y otra vez y los posponía hasta mañana, por si las cosas
cambiaban y aun tenían remedio
Echando mano de algunos amígueles bien
colocados, a los cuales alguna vez saco de un apuro con suplencias ocasionales,
de ultima hora en fiestas populares, le hicieron un hueco el un conjunto
pachanguero que habitualmente tocaban en bodas y banquetes.
Aquel trabajo le fue dando cierta
popularidad, ya que el grupo fue poco a poco ganando cierta fama “ Los Moritos,
su orquesta familiar para eventos y celebraciones “
Se aseguró unos ingresos estables ,
pagando en los bares de vez en cuando, eso sí solamente cuando era
estrictamente necesario, tampoco era cuestión de tirar por la borda todo lo aprendido anteriormente.
En cierta ocasión, los Moritos fueron
invitados a las fiestas patronales de Valledijo, un hermoso pueblo serrano,
perdido entre la frondosidad de un bosque de pinos y que además de ser pocos
vecinos durante el año, se animaba muchísimo durante el verano, por la cantidad
de hijos del pueblo que acudían a celebrar sus fiestas patronales y a pasar el
veraneo a la sombra del bosque. Este año habían tirado la casa por la ventana y
se preparaba una fiesta “ de aquí te espero “.
El contrato comprendía tres días de
pasacalles por las mañana y bailes de vermut y verbena por la noche , así como
animación en dos actos religiosos. Económicamente, repartirían a veinte mil
por barba , comida y bebida gratis para los músicos, no estaba mal por soplar
por el tubo.
Valledijo, estaba a unos ochenta
kilómetros de la capital , por carreteras infernales , había que madrugar para
acomodar los instrumentos en un coche y otro para viajar los músicos.
El día comenzaba lamentablemente,
primero el madrugón, cosa que Mene, no soportaba, luego las apreturas en el
coche Renault 12 de Paquillo y las nefastas carreteras , hacían dudar a Menelio si no habían pedido poco dinero por
tocar en tan remoto lugar.
Hora y media de penoso viaje,
transcurrieron antes de divisar la torre de la iglesia de Valledijo, lo cual
les hizo renacer con nuevo entusiasmo . Pararon en la plaza del pueblo, donde
los mozos habían colocado un galera de tractor con unas sillas y un decorado
algo barroco pero muy vistoso.
Se acomodaron en la pensión
provisional que les habían preparado en unas dependencias municipales y tras un
ligero descanso, empezaron a cumplir el contrato: bebida gratis para los
músicos.
Las dianas de la mañana siguiente
pusieron al pueblo en fiestas y la chiquillería corría detrás de los músicos en
su recorrido por las calles del pueblo, como si fueran sus mas admirados
ídolos.
El concejal de cultura y festejos, un
tipo mal encarado, con la barba cerrad como un túnel sin luz, a pesar de
haberse afeitado para la ocasión , no les perdía de vista . Esperaba que
cumpliesen para amortizar la inversión y le parecía que aquellos pájaros,
soplaban mas del porrón que por los instrumentos. "Redíos", como bebían, en mala
hora acepto la cláusula que le obligaba a pagar aquellos refrescones.
Todas las piezas que tocaban, las
regaban bien regadas, hasta el punto de que en concejal, empezaba a temer que
secaran el pueblo, pero de vino.
Finalizados los pasacalles, el
programa de fiestas se completaba con una suelta de vaquillas por las calles
del pueblo, cosa esta que estimulaba enormemente el macho ibérico de los
jóvenes del pueblo, los cuales aprovechaban la ocasión para presumir delante de
las mozas.
Mene y sus compañeros, se fueron a
buscar un bar que quedara fuera del recorrido del encierro, caminabas despacio,
fumándose un cigarrillo y charlando de sus cosas, cuando vieron venir un
becerro rubio, astifino y algo tuerto del pitón izquierdo, que sin saber como,
se había saltado las vallas de protección .
Esta vez Mene, no supo desaparecer
a tiempo , tal vez por ser el mas mayor, tal vez por ser el mas torpe, o porque
había bebido algo mas que los demás, pero no pudo colgarse de aquel balcón al que sus compañeros se subieron.
El becerro, que parecía un torazo, le
acometió corneándole y tumbándole como si fuera un muñeco. La gente que seguía
al becerro, salía por todas las callejas y se excitaba con el espectáculo,
mientras el pobre Mene, se veía lanzado de un lado a otro de la calle,
golpeado por el animal, que parecía tener algo contra el músico.
Cuando ya cansado, el astado, decidió
que no valía la pena seguir golpeando aquel cuerpo inerte, algunos, buenos
samaritanos, llevaron al trompetista al dispensario medico, donde decidieron
que era mejor trasladarlo a la ciudad, donde podrían atenderle mejor. No
obstante el facultativo del pueblo, decidió que,” no habiendo sangre, la cosa
no podía ser muy grave, solo golpes y moratones”.
Mene, que sin poder articular
palabra, oía todos estos comentarios, sin poder reprimir un odio inmenso hacia
aquellos cabrones que parecían saber tanto de medicina. Acaso, no oían como
crujían sus huesos, que el creía desencajados del todo.
El viaje en ambulancia, fue un
autentico calvario. A pesar de ir sujeto con un cinto, cada curva era un
suplicio y cada bache un juramente que se prolongaba hasta el siguiente. La
sensación del músico, era la de estar metido en un traje de mamporros.
Tres años habían transcurrido desde
estos acontecimientos, Mene ya no tenia que desaparecer a la hora de pagar.
Ahora era un personaje, al que le hacían repetir una y otra vez los episodios
de Valledijo, mientras le invitaban a un chaparrón de vino.
Este si que era un buen chollo, cada
día se metía, gratis, un “chaparron” de vinos entre pecho y espalda y sus
correspondientes cigarros, solo por contar como "esos jodidos paletos" se reían
mientras el toro le revolcaba por el suelos. Esto era vida.
Se iba haciendo tarde, y llegaba la
hora de recogerse en casa, Mene, salió del bar, empujando con las manos la
silla de ruedas, animadamente la hizo coger velocidad por la calle abajo,
camino de su hogar.
La gente como Mene, son el
contrapunto de una España que va desapareciendo a la vez que lo hacen las pequeñas tascas y bares de barrio de nuestro país, una clase de personas que alguna vez tuvimos el placer de conocer.
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