Mi primer maestro fue Don Marcelino,
con todo lo que encierra la palabra maestro, maestro en la vida y en la
educación, maestro, no profesor. Maestro con letras mayúsculas,
en negrita y subrayado.
Le recuerdo enorme, alto y fuerte como
un roble, con su andar lento y seguro, con aplomo y como si fuera asegurando el
paso antes de dar el siguiente. Su cartera negra bajo el brazo y su abrigo gris
de espiguilla, que le confería un aire solemne y majestuoso. Marcelino Era
grande, pero se agigantaba cuando subía al estrado desde donde impartía la
clase.
En aquel colegio solo existían dos clases, separadas, una para chicos y otra para chicas. Todos los alumnos convivíamos en ese aula, no importaba la edad, juntos pero no revueltos, los mas pequeños aprendían las mañas de los mas mayores. El aula era muy grande, sembrado de pupitres de dos plazas con asientos abatibles. La mesa también se abría dejando a la vista un inmenso cajón donde se dejaban los útiles de estudio, que no eran muchos. Unos tinteros, siempre vacíos, de porcelana le daban un aspecto de escritorio.
En aquel colegio solo existían dos clases, separadas, una para chicos y otra para chicas. Todos los alumnos convivíamos en ese aula, no importaba la edad, juntos pero no revueltos, los mas pequeños aprendían las mañas de los mas mayores. El aula era muy grande, sembrado de pupitres de dos plazas con asientos abatibles. La mesa también se abría dejando a la vista un inmenso cajón donde se dejaban los útiles de estudio, que no eran muchos. Unos tinteros, siempre vacíos, de porcelana le daban un aspecto de escritorio.
Al ser de madera, los pupitres se ensuciaban,
rayones, pintadas, todo esto se reparaba periódicamente, raspando cuidadosamente
hasta borrar todos los indicios del vandalismo juvenil, al fondo del aula la
mesa de don Marcelino, ligeramente elevada por el estrado, detrás un enorme
ventanal que daba al patio de un chatarrero. Flanqueaban esta imagen dos
vitrinas, una a cada lado, donde se conservaban en formol, estrellas de mar y
otros animales, así como unas magnificas cajas de sólidos que escondían conos,
cubos , prismas, cilindros, todos ellos de magnifica madera. Un crucifijo,
junto a los retratos de Franco y de José Antonio Primo de Rivera, presidían la
pared
El material escolar que utilizábamos era mas bien escaso, mejor, muy escaso. Llevábamos diariamente un vaso de aluminio, para beber la leche en polvo que cada mañana y tras su elaboración por los alumnos, nos repartían por gentileza del gobierno de las Estados Unidos. Completaban el ajuar escolar, una bolsita con canicas para jugar en el recreo , un pizarrin de manteca y un trapito para borrar la pizarra que aportaba el colegio.
El material escolar que utilizábamos era mas bien escaso, mejor, muy escaso. Llevábamos diariamente un vaso de aluminio, para beber la leche en polvo que cada mañana y tras su elaboración por los alumnos, nos repartían por gentileza del gobierno de las Estados Unidos. Completaban el ajuar escolar, una bolsita con canicas para jugar en el recreo , un pizarrin de manteca y un trapito para borrar la pizarra que aportaba el colegio.
La pizarra, era un cuadrado de unos veinticinco por quince centímetros , mas
o menos, negra y enmarcada de madera, que servía para escribir con un pizarrin
, una vez lleno se borraba y se escribía de nuevo.
La rutina, era la misma cada día, tras
rezar unas oraciones y tras los gritos de rigor ¡ Viva Franco, Arriba España !,
se repartían las pizarras, se encendía la estufa de serrín que presidía el aula
y el maestro procedía a impartir la lección correspondiente.
Don Marcelino, nos hacia varias
preguntas referentes a la lección que había impartido y nos reunía de pie
alrededor de la estufa , nos iba leyendo las pizarras y nos corregía los
errores , que eran muchos.
A media mañana, se colocaba en la
estufa un gran perol de aluminio, se echaba agua y tras calentarla, se vertía
la leche en polvo, que se iba removiendo, poco a poco, con una gran cuchara de
madera, para evitar que se hicieran grumos. Una vez disuelto se repartía con un
cazo, llenando los tanque que llevaban los alumnos que bebían en el recreo, por
entonces la calle del Molinillo.
Aquella calle, cerrada al escaso
trafico de entonces, era sin duda, el mejor recreo. La calle entera se llenaba
de pequeñas parcelitas, marcadas en la tierra con un palo, donde los grupos de
alumnos jugaban a canicas . Estas pequeñas bolitas de barro, decoradas con
pintura de colores, era el único patrimonio, que generalmente tenia la
chiquillería. Tener muchas canicas era importante, o bien se disponía de buena
propina, cosa difícil entonces, o bien se tenia buen tino y se ganaba al
contrario, el cual si perdía, entregaba su canica.
Siempre me pareció, que el compromiso
personal de Don Marcelino, iba mucho mas allá de desasnar a aquella cuadrilla
variopinta de chiquillos de barrio. Su compromiso con nuestra formación, le
hacia ejercer de padre, muchas veces nos fue a buscar al campo de fútbol de
Zatorre, donde por entonces entrenaba y jugaba el Burgos C.F. . Allí nos
recogía y nos llevaba, a regañadientes, como si se tratase de un rebaño de
ovejas descarriadas, hasta la clase para seguir con nuestra lenta pero constante educación.
Pasaron los años, fui a otros centros
mejores, pero nunca olvidaré aquel colegio, pobre y de precarias instalaciones,
donde el retrete era una pared, con un canalillo de chapa que recogía los
orines y los canalizaba al agujero de la letrina.
Ese colegio donde por las tardes se nos
repartía un trozo de queso incomestible, proveniente también del plan Marshall.
Aun recuerdo la paciencia de Don
Marcelino, con un alumno que siempre llevaba a su perro a clase y le dejaba que
se quedase en el pasillo tumbado junto al pupitre, llegó a considerarlo como un
alumno mas. “Siento decirle , señor Alfredo, que ha aprendido mas su perro que
usted durante este curso”.
Nunca olvidaré a ese hombre enamorado
de su profesión y que nos tenía
verdadero cariño, luchaba a brazo partido para meter en nuestras duras cabezas
de chicos de barrio, un poco de bondad y sabiduría.
Nunca viviré lo suficiente para
agradecer a ese santo varón, lo mucho que hizo por nosotros, gracias por todo y
sobre todo por no matarnos, que motivos para ello dimos.
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