3/6/12

Paseos

Hay días que el corazón se te encoge como una patata. En esos días necesito salir a recorrer las calles de mi vetusta ciudad y me gusta hacerlo por la noche, cuando las estrellas y la luna marcan la linea entre lo posible y lo imposible, entre lo real y lo mágico.

 Justo en esos momentos donde el silencio envuelve las calles y estas se adormecen de una manera lenta y progresiva mientras comienzan desaparecer las luces de las ventanas y la gente se prepara para un sueño reparador y la luna entre tanto y tanto se asoma a través de las nubes iluminando las cosas con un pálido resplandor.

 Ese punto de melancolía es el que mejor acompaña mi estado mental.
 Sucumbo al encanto de las iluminadas calles y monumentos, doy rienda suelta a una de mis mas arraigadas debilidades: callejear por las empedradas calles burgalesas, que parecen hechas para tobillos recios.

El resonar de las pisadas de los rezagados, el crotorar de las cigüeñas en sus nidos, el tañido  insinuante  de las  campanas que como serenos en la noche nos recuerdas que son horas de retiro.

Esta ciudad que me tiene subyugado y me encanta, que me encoge el corazón y me aporta unos cuantos rincones donde llorar a escondidas, donde recargar mis ansias de vivir y contemplar con amistosa indolencia el devenir de los días y las noches en vela, esperando que algo cambie y de un giro de timón a mi vida.

 Calles impregnadas de historia, otrora repletas de señorío y grandeza, nombres mágicos ahora santificados: Carnicerías, Cantarranas o trascorrales, Caño gordo, Salinerias, Cerrajería o Espadería, Sarmental, Canonjía, Costanilla del obispo o corral de los judíos, llana del trigo, plazuela de la armería, avellanos, plaza de cuatro torres, entrambospuestes, la puebla. Unas conservan sus nombres otras lo perdieron por glorias vanas de personajes , antaño celebres.
Viajar en el tiempo y el espacio, sentirte extranjero en tu propia ciudad, reinventarla y redescubrirla como si de un juego se tratara.

 El relente de la noche invita a refugiarme en el fondo de mi chaqueta, sin cerrar lo ojos para no perderme nada del mágico espectáculo de luz y soledad. En el ojo central de la noche las piedras se convierten en un delicado milagro de filigranas y perfiles.

Encuentro la paz por unos instantes  casi eternos, mi corazón comienza a latir a ritmo normal y es momento de recogerse, mientras las campanadas de los relojes desgarran como truenos el silencio mágico que me envuelve.

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