Aquella mañana radiante de verano, apenas me había costado levantarme. Los sucesivos días de vacaciones, y por tanto de horas de cama, habían conseguido que me levantara sin que mi madre tuviera que zarandearme.
-
Anda
Nacho, desayuna que te voy a bañar.
Que yo supiera, no era sábado, no
había que ir al medico y estaba de vacaciones. Algo especial tenia que ocurrir
aquella mañana, para tener que bañarme.
Opte por callarme, con la esperanza de
que todo fuera una equivocación de mi madre, cosa poco probable, ya que para esas
cosas tenia una excelente memoria.
Mis sospechas se confirmaron , cuando
mi madre, tras recoger la taza y el cubierto del desayuno, me agarró de la
muñeca y me arrastró hasta el cuarto de baño, donde la bañera a medio llenar,
emanaba un vaho tibio que empañaba los cristales de la ventana y del espejo.
No pude librarme de aquella tortura
extra y tras una prolongada protesta, que sabia que no serviría para nada , mi
madre, me frotó el cuerpo , me secó y me peinó amorosamente.
-
Ahora,
tienes que ponerte la ropa de los domingos.
-
¿ Por
qué ?, hoy no es domingo.
La cara de mi madre, en ese momento,
me pareció, muy triste.
-
Hoy
vamos de entierro.
Yo sabia lo que era un entierro. No
hace mucho se murió el señor Julián, el ovejero. Lo llevaron en una caja de
madera muy brillante, mi madre dice que estaba barnizada, la caja la cargaron a
hombros su hijos y le llevaron así hasta la iglesia. Luego, tras la misa lo
llevaron hasta el cementerio , donde después de varios rezos lo metieron en un
profundo hoyo y lo taparon con tierra.
Aun recuerdo que el camino era malo y
la diferencia de altura de los que portaban la caja, hacia que esta se moviera
como si de un momento a otro, se fuese a caer.
Me llamó mucho la atención el hecho de
que le bajaran con cuerdas a hondo pozo , al que nunca conseguí ver el fondo
por mas que me acercaba. Mientras las campanas de la iglesia tocaban a muerto.
-
Madre, ¿
de quien es el entierro ?
-
De
Josito, el de la Benita.
Que cosas tenia mi madre, como podía
haberse muerto “ el Moñigo “, en tan poco tiempo, ayer mismo estuvimos en el río antes de comer
y no estaba malo, ni nada. Además “el Moñigo” no es viejo, es un niño como yo.
-
Se murió
de repente, mientras comía
-
Os está
tomando el pelo. Ese jeta hace igual que en el cole, cuando no se sabe la
lección. Se hace el muerto hasta que la “seño” se asusta, luego revive y ya
está.
Que le digan que hoy no le
preguntan la lección, ya veras como se levanta.
-
No
Nacho, esta vez, Josito se ha muerto de verdad.
No, no podía ser verdad, vale que
enterraran al señor Julián, era viejo y se emborrachaba, además nadie parecía
tenerle mucho cariño. Pero Moñigo, no, eso no podía ser. ¿Con quien iba yo a ir al rió a coger cangrejos?. El sabe
cogerlos como nadie. ¿Con quien iría a espiar a las chicas cuando van a bañarse
a la presa del molino ?.
Aquella corbata de goma que me habían puesto, no me gustaba, me
apretaba excesivamente y me daba la impresión de que mi cara se inflaba y se
ponía roja como un tomate. Siempre me la ponían los domingos, me mojaban el
pelo y me daban no se que, para que el remolino de mi pelo se quedase fijado.
Las pelusas de los chopos de la vega se pegaban en mi cabeza y parecía un viejo
con el pelo canoso. Además aquellos zapatos
me apretaban, también me apretaba la goma de los calcetines.
Mientras me peinaba, mi madre
suspiraba y se la escapaban unas lágrimas. Me besó en la frente:
-
Que
guapo estas
Ella sabia decirlo como nadie, pero
eso ahora no importaba, lo importante era ir a casa del Moñigo y que se dejara
de cuentos. Unos azotes de su madre y en paz, como otras veces.
Las campanas de la iglesia sonaban
como el día que murió el señor Julián, yo sabia que aquel toque era de muerto,
porque Juanjo, el hijo del campanero nos lo había enseñado. También sonaban así
el día que encontraron al resinero, sangrando de la cabeza.
El Moñigo y yo, le vimos antes de que
llegara la guardia civil. Tenia los ojos vueltos y un agujero en la frente,
rojo y muy redondo. Los mozos decían que era de una bala, pero no podía ser, ya
que por aquel agujero no sangraba. Mas tarde los guardias le taparon con una
manta de cuadros.
La mañana avanzaba y el calor se iba
haciendo sofocante, la chaqueta me molestaba y la camisa parecía que quería
estrangularme, pegándose a mi cuerpo por el sudor , definitivamente , no había
sido buena idea la de mi madre al ponerme la camisa y la chaqueta.
Mientras nos encaminábamos a la casa
de la señora Benita, me daba cuenta de
que todos los vecinos se habían mudado y se dirigían, como nosotros, a la casa
del Moñigo. Parecía que las pelusas de los chopos me odiasen y todas querían
posarse en mi cabeza, me sentía como un pollo mudando el plumón..
Al llegar a la casa, mi madre me mandó
quedarme fuera. En el interior se escuchaba a la gente hablando en susurros y
rezos de avemarías, mezclados con llantos desesperados del que quiere llorar y
no puede.
Buena la estaba preparando el Moñigo,
la que le iban a dar cuando reviviese y con cara de tonto pregunte ¿ donde
estoy ?.
Madre decía que desde que nació,
sufría desmayos, pero para mi que era un jeta, siempre le ocurría cuando las
cosas se ponían chungas. Ahora no estoy muy seguro, pero creo que se reía de
todos.
Me encaramé a la verja de la ventana y
pude ver el interior de la habitación de donde salían los rezos. Allí estaba,
metido en una caja blanca pequeña. Le habían vestido con el traje de la primera
comunión, era el de su hermano, que ya la había hecho, nosotros nos estábamos
preparando. Moñigo tenia mucha ilusión en hacerla con ese traje que el decía
que era de almirante.
-
“Vestido
de almirante, como Dios manda.”
Cuantas veces habíamos ido a su casa,
aprovechando que la señora Benita había
salido a la huerta y nos habíamos puesto el traje de almirante.
-
Una cosa
es ir de marinero y otra de almirante. Los almirantes mandan mucho.
Era bonito de verdad, con un crucifijo
de plata y un misalito de tapas de nácar duras, zapatos blancos de charol y unos
guantes de algodón blancos. Unos cordones dorados se descolgaban desde la
hombrera hasta el bolsillo de adelante.
Luego, con mucho cuidado, le
doblábamos y le tapábamos con un paño blanco que la señora Benita le ponía para
que no le “cagaran” las moscas, a las que se las atrapaba en una espiral
grasienta que se colgaba del techo y las atraía, quedándose pegadas.
Mientras le veía, a través de la
ventana, tan quieto, con el misalito entre las manos, muy repeinado y con una
sonrisa en los labios , yo pensaba:
-
Moñigo,
te van a doblar a palos.
Su sonrisa parecía mas una mueca de
burla..
Al poco rato , llegó el cura con una
casulla negra bordada en oro, con un recipiente de agua que repartía por todos
los sitios, salpicando al personal. Hacia cruces en la frente y los labios de
Moñigo, sin que este se despertase. Luego cerraron la caja y ya no le vi mas.
-
Coño, no
cerréis, que se va a ahogar.
El grito me salió de lo mas profundo
de mi ser, mientras me lanzaba corriendo al interior de la casa. Mi madre se
apresuro a cogerme y me retiró del ataúd.
-
Si le
cerráis, se morirá de verdad, no les deje señora Benita, que ya verá como
se levanta, como otras veces.
Nadie me hacia caso, como podían ser
tan cabrones, le iban a matar.
Le sacaron a hombros entre Porreto,
Agustín y dos hijos del panadero, que aunque algunas veces nos habían dado
buenos pescozones, le querían mucho.
Todos caminábamos, detrás de la caja y
del señor cura, que cantaba cosas extrañas que no se entendían, a pesar de que
los mayores cantaban con el.
Como al señor Julián , le bajaron con
cuerdas al agujero sin fondo que ya estaba preparado, siempre me dio miedo
arrimarme demasiado para ver hasta donde llegaba, por miedo a caerme y no poder
salir. Una vez retiradas las cuerdas, comenzaron a tapar con la tierra que se
amontonaba alrededor del agujero, mientras el cura comenzaba sus rezos y la
señora Benita se desmayaba.
Luego silencio total, hasta que
llenaron el agujero y pusieron encima un montón de flores.
-
Ahora si
que la has jodido Moñigo, como vas a poder salir cuando revivas, con toda esa
tierra encima.
Tarde unas horas en darme cuenta que esta vez iba en serio,
aquello era la muerte, sin aviso, sin distinguir entre los niños y los mayores.
Ahora tenia ganas de llorar, me dolía algo muy adentro del pecho, no era la
corbata, ni la chaqueta, ni la camisa de los domingos. Ahora lo que me
fastidiaba no era la mierda esa del pelo que atraía las pelusas de los chopos.
Era mas adentro, como si el corazón quisiera salirse del cuerpo, para irse con
mi amigo.
Ahora sabia lo que era la muerte:
una putada.
una putada.